SETECIENTOS AÑOS DE HISTORIA por Rufino Rojo

Cuando cumplimos el 700 aniversario de la concesión de la Carta Puebla de Corral de Almaguer, Rufino Rojo, historiador y autor de los libros de La Historia de Corral de Almaguer y del libro Grandezas y Bajezas de la Aristocracia Corraleña, nos resume los hechos principales que conforman nuestra historia, con el obejtivo de dar la mayor difusión posible a nuestra historia y cultura local.

 

Los musulmanes

Cuando los musulmanes llegaron a la Península Ibérica, allá por el año 711, se encontraron con que eran recibidos poco menos que con los brazos abiertos por los naturales de estas tierras (formados en su mayor parte por cristianos de la secta arriana y cristianos de la secta católica, además de una importante comunidad judía) acostumbrados a vivir en un régimen caótico y de casi total esclavitud, en el que los señores feudales visigodos utilizaban las vidas y los bienes de las personas a su antojo.

Aunque la Hispania Visigoda de la época se encontraba muy poco poblada (todos los habitantes de la Península hubieran cabido de sobra en la actual ciudad de Madrid) esto no justifica que un ejército de siete mil hombres pudiera conquistar toda la Península Ibérica en apenas cinco años y sin encontrar prácticamente ninguna resistencia. Conclusión: fueron ayudados por los hispanos en su afán por librarse del yugo explotador del régimen visigodo.

Esto fue lo que se encontró el general Tarik, lugarteniente del gobernador árabe Musa (el famoso moro Muza de las leyendas de nuestros abuelos) cuando inició la conquista de España haciendo escala con sus barcos en el Peñón de Algeciras, que desde entonces pasó a denominarse Gibraltar (Gib-Al-Tarik) desembarcando definitivamente en las ventosas playas (ideales para el surf) de una cercana población que también adoptaría su nombre: Tarifa.

 

Magued-Al-Rumí (El Renegado)

Los musulmanes encontraron gran facilidad para hacerse con el control de la Península, gracias a la ayuda de los propios españoles que los recibieron como salvadores, hartos del régimen decadente, corrupto, violento y esclavista de los visigodos.

Los musulmanes encontraron gran facilidad para hacerse con el control de la Península, gracias a la ayuda de los propios españoles que los recibieron como salvadores.

Nada más entrar en el territorio Hispano y superar una pequeña batalla en las cercanías del río Guadalete, las fuerzas musulmanas se dividieron en dos: Tarik se dirigió sin encontrar resistencia hacia la capital visigoda, Toledo, mientras uno de sus capitanes, concretamente Magued-al-Rumí, conquistaba con apenas 700 hombres la principal población de la comarca, Córdoba.

Este Magued-al-Rumí que significa Magued el renegado (hijo de un caballero cristiano convertido al islamismo y educado como un príncipe junto a los hijos del propio Califa de Bagdad) partió después al encuentro de Tarik, que se encontraba ya por aquel entonces en la zona de Alcalá de Henares y Guadalajara, atravesando para ello las vastas llanuras manchegas y deteniéndose (según recoge el padre Juan de Mariana en su Historia General de España publicada en 1601) en un lugar con abundancia de agua y vegetación, al que dejaría para siempre su nombre: AL-MAGUED.


El vocabulario y mejoras agrícolas

Establecidos ya los musulmanes en toda la Península, comenzó con ello uno de los períodos más esplendorosos y fructíferos de nuestra historia. Una prolongada etapa de paz y cumplimiento de las leyes, que tendría su reflejo en la aparición de una época de enorme progreso en todos los campos del saber y una concepción del mundo mucho más avanzada, tolerante y refinada, en clara contraposición a las burdas formas y atraso generalizado de las culturas centroeuropeas.

Establecidos ya los musulmanes en toda la Península, comenzó con ello uno de los períodos más esplendorosos y fructíferos de nuestra historia.

Esa nueva visión del mundo, más alegre y tolerante, donde la trágica visión cristiana de la vida quedaba eclipsada por la sabiduría y el refinamiento musulmán, provocaría una conversión generalizada y continua hacia la religión musulmana, de manera que la mayoría de los españoles (con la excepción de un pequeño reducto asturiano y las comunidades cristiano-mozárabes toleradas por los árabes) pasaron con el tiempo a comunicarse en árabe, a escribir en árabe y a profesar la religión musulmana.

De esta época son también las mejoras en los cultivos, con la aparición de las alquerías y el aprovechamiento de las aguas mediante la creación de nuevos sistemas de regadío y extracción. El consiguiente gran auge de las huertas y el cultivo de árboles frutales, diversificarían la alimentación y aportarían nuevos productos a la pobre cocina visigoda, convirtiéndose con el tiempo en la esencia de la que muchos siglos después se convertirá en la famosa dieta mediterránea.

 

Nota:  Como ejemplo de la tremenda huella musulmana en la que se fundamenta nuestra cultura, vamos a elegir un tema al azar, por ejemplo la comida. Podríamos comenzar así: Nos encontramos en una azotea del arrabal de Corral de Almaguer, acompañados por el alcalde y el alguacil, sentados en un cómodo diván, rodeado de almohadas y alfombras de algodón, junto a olorosas plantas de alhelí y toronjil, y amenizados por la música de una guitarra y un laúd. Degustamos unas berenjenas, alcachofas y espárragos a la plancha, que previamente hemos sacado del almacén o la alacena, para seguir con un plato de albóndigas o unos pescados en aceite o escabeche con salsa de azafrán y comino, acompañados de una jarra de buen vino. De repente aparece nuestro amigo el Zarco con su novia rubia, y nos propone unas buenas gachas manchegas elaboradas con las semillas de una planta de raíz árabe, la almorta. Por cierto que para obtener su característico sabor, es necesario añadirle una especia genuinamente musulmana: la alcaravea.

A pesar de la galbana que nos va entrando, para postre quizás elijamos fruta: una buena naranja, o una rodaja de sandía, o unos higos, o unos albaricoques, o tal vez nos apetezca algo más azucarado: un poco de arroz con leche, o quizás un pedazo de calandrajo, o un poco de arrope, o un trozo de turrón o mazapán a base de almendra, todo por supuesto acompañado de una buena taza de café. Solo nos queda exclamar ¡Olé!

(todas las palabras de este párrafo marcadas en negrita son de origen árabe. Zarco significa el de los ojos claros).


Al-Andalus

La España musulmana, o como era conocida en aquellos tiempos: Al-Andalus, atravesó diferentes etapas a lo largo de sus casi 800 años de existencia. En un primer periodo (711-756) siguió dependiendo de Damasco como si de una provincia o emirato más, se tratase. Sin embargo, expulsados los Omeyas del gobierno de Damasco, uno de sus príncipes supervivientes, Abderramán I, vino a refugiarse en Al-Andalus (España) haciéndose con el poder y declarando la Península Ibérica como emirato independiente (756-929).

En un paso definitivo hacia la total emancipación de arabia, uno de sus descendientes, Abderramán III, se proclamó a sí mismo como máxima autoridad religiosa y civil, es decir: Califa; dando comienzo con ello el llamado Califato de Córdoba (929-1031), época dorada y de máximo esplendor de toda la historia musulmana de España, donde filósofos, poetas, médicos, biólogos, músicos, matemáticos, astrónomos, arquitectos, etc., consiguieron transformar la sociedad de su tiempo, convirtiendo a Córdoba en la ciudad más avanzada del mundo conocido.

Por esas mismas fechas, el pequeño asentamiento de Almaguer, formado fundamentalmente por población mozárabe, prosperaba al amparo de un pequeño castillo construido ante el avance de la reconquista y destinado a formar parte de la línea defensiva situada entre el Tajo y el Guadiana. Esta línea imaginaria extendía sus fortalezas desde Toledo hasta Uclés, pasando por Mora y Consuegra como principales baluartes, encontrándose complementada por una serie de castillos y atalayas de menor entidad, destinadas a controlar las amplias llanuras manchegas mediante el sistema de señales luminosas.

El pequeño asentamiento de Almaguer, formado fundamentalmente por población mozárabe, prosperaba al amparo de un pequeño castillo.

En los alrededores de Almaguer, algunas alquerías habían conseguido también prosperar y crecer en tamaño, formando pequeñas aldeas (Villalobillos, Bonache y Aloyón) aprovechando los cercanos cursos de agua de sus inmediaciones para desarrollar sus explotaciones agrícolas y ganaderas.

Con el final del califato, Al-Andalus se fragmentó en multitud de pequeños reinos independientes: los llamados Reinos de Taifas (1237-1492). Frecuentemente enfrentados entre sí, cuyas divisiones facilitarían sobremanera la denominada reconquista emprendida por los cristianos españoles del norte, y de la que trataremos en el siguiente capítulo.


La  Reconquista

Introducción
A pesar de que los musulmanes llegaron en su avance hasta el mismo corazón de Francia, la derrota sufrida en Poitiers los desanimó de aventuras centroeuropeas, decidiendo consolidar su territorio hasta el límite geográfico que marcaban los Pirineos. Sin embargo, amparados en la dificultad del terreno, en este lado de las montañas quedaron también algunos reductos por conquistar. Y es precisamente a partir de esos pequeños focos de resistencia en Asturias, Cantabria y Cataluña, donde comenzó la empresa político militar más larga de toda nuestra historia: la Reconquista.

Resulta difícil explicar en pocas palabras un proceso tan largo y complejo como la reconquista. Más, si tenemos en cuenta que se trata de uno de los hechos históricos más manipulados de todos los tiempos, a través del cual nos ha llegado la idea simplista de que los moros son los enemigos naturales de los españoles, los usurpadores extranjeros que vinieron a invadir nuestro territorio, los contrincantes ideales contra los que hacer piña y descargar nuestras frustraciones de siglos.

La realidad es bien distinta: De entrada, la reconquista no fue un enfrentamiento homogéneo entre musulmanes y cristianos, sino un gran rompecabezas formado por una sucesión de hechos mal documentados, en el que a lo largo de ocho siglos lucharon musulmanes contra cristianos, cristianos contra cristianos, musulmanes contra musulmanes, cristianos y musulmanes contra otros cristianos, musulmanes y cristianos contra otros musulmanes. Una amalgama de situaciones e intereses políticos, en definitiva, que dilató cientos de años el final de la contienda.

Pero es que además, durante siglos se ha tendido a identificar a los musulmanes de la reconquista con los extranjeros que invadieron España, olvidando que la gran mayoría de esos “moros” no eran sino los españoles naturales de estas tierras, convertidos a la cultura y religión islámica a lo largo de alguna de las 32 generaciones que pasaron por España durante ese prolongado periodo de 800 años. Estamos, en definitiva, ante la primera y más extensa de todas las guerras civiles que se sucederán en España a lo largo de su historia.

Nota: Para que nos hagamos una idea de lo que duró la reconquista, imaginemos que comienza cuando se fundó el pueblo de Corral de Almaguer, allá por el año 1312. Pues bien, transcurridos ya siete siglos desde aquella fecha, aún nos quedarían otros 81 años para que acabase.

Con las primeras escaramuzas o “razzias” a cargo de pequeños caudillos asturianos -como Don Pelayo- comenzó una constante presión sobre las guarniciones musulmanas del norte. El sistema de guerrillas u operaciones estratégicas de castigo y rápida retirada, único método que las fuerzas cristianas se podían permitir ante la escasez de medios humanos y materiales, logró minar el aguante musulmán, consiguiendo que los primeros reyes asturianos fueran poco a poco afianzando sus dominios sobre Galicia y los vastos territorios del norte del Duero, hasta formar el reino de León. Junto a esta gran penetración en el territorio de Al-Ándalus, aparecieron también pequeñas zonas liberadas en la zona de los pirineos, que con el tiempo acabarían formando los reinos de Navarra, Aragón y Cataluña.

El sistema de guerrillas u operaciones estratégicas de castigo y rápida retirada logró minar el aguante musulmán.

Así comenzó esta complicada y larguísima empresa bélica, jalonada por continuos avances y retrocesos en las líneas fronterizas. Esa dilatación en el tiempo propició, aparte de cruentas batallas y héroes de leyenda, como el Cid y Al-Manzor, la aparición de situaciones curiosas y anecdóticas, más propias de la guerra de Gila que de una auténtica contienda. Desde reyes cristianos que se exiliaban en los reinos musulmanes para evitar la persecución de sus propios hermanos, hasta aquellos otros que durante la tregua de invierno bajaban a curarse las enfermedades a territorio enemigo -dada la fama de los médicos musulmanes- para volver en el verano siguiente a enfrentarse contra sus hospitalarios rivales, sin olvidar a aquellos que se casaron con las hijas de sus contrincantes para entablar alianzas, o adoptaron las ropas y las monedas musulmanas para sus reinos. Como podemos apreciar, la reconquista no fue la guerra convencional con buenos y malos que nos han intentado vender, sino una amalgama de situaciones extrañas, y en ocasiones absurdas, en las que nunca faltaron los intercambios comerciales y de vecindad entre los españoles de ambos bandos.

Con el final del califato y su posterior división en Reinos de Taifas, se evidenció una época de debilidad en los musulmanes. Debilidad aprovechada por las fuerzas cristianas para extender sus dominios hasta la crucial línea fronteriza del Tajo, y establecer alianzas con varios reyes musulmanes en su lucha contra otros reinos de taifas. A cambio, los reyes cristianos obtuvieron grandes cantidades de oro, las llamadas “parias”, que enriquecieron sobremanera sus posesiones y permitieron la construcción de las primeras Catedrales y Monasterios, de ahí que tampoco hubiera mucha prisa en la conquista. Después de varias de estas alianzas, Alfonso VI decidió asediar Toledo hasta conseguir que se rindiera de forma pacífica en el año 1085, recuperando con ello la simbólica capital visigoda y una de las ciudades más importantes de Al-Ándalus. De esta forma la línea fronteriza descendía hasta situarse entre los ríos Tajo y Guadiana, quedando Almaguer en el centro de una zona fuertemente conflictiva. Más aún, cuando, para frenar el avance cristiano, los musulmanes solicitaron la ayuda de unos fieros monjes guerreros: los almorávides. Pero eso lo contaremos en el próximo capítulo

Nota: la unidad monetaria española por excelencia: “el maravedí” surgió nada menos que como imitación de las monedas almorávides (de ahí su nombre) por parte del rey castellano Alfonso VIII, recogiendo incluso la leyenda en árabe, aunque con significado cristiano. Su éxito a lo largo de la historia fue de tal magnitud, que no fue sustituida por el céntimo hasta mediados del siglo XIX (concretamente en el año 1854).


Almaguer en la Reconquista

Tres fueron las campañas emprendidas en España por los fanáticos guerreros Almorávides del norte de África en ayuda de sus correligionarios Andalusíes. Tres expediciones en las que consiguieron frenar los avances cristianos, e infligir una grave derrota al rey Alfonso VI en Sagrajas o Zalaca (Badajoz). Sin embargo, en lugar de volver a sus tierras como habían hecho en las dos primeras ocasiones, y tras comprobar la relajación imperante en los reinos musulmanes españoles a la hora de cumplir los preceptos del Islam y la excesiva tolerancia hacia judíos y cristianos, a la tercera decidieron quedarse para siempre, expulsando a los reyezuelos de las Taifas y reunificando sus territorios en un nuevo Al-Ándalus. Uno de esos reyes de Taifas, concretamente Al-Mutamid de Sevilla, vasallo y aliado de Alfonso VI, solicitó la ayuda del rey cristiano para la defensa de la ciudad contra los almorávides, entregándole a cambio a la princesa Zaida “la más bella hija del Islam” según las crónicas, junto con una enorme dote en el territorio de la Mancha, que incluía las plazas fuertes de Cuenca, Uclés, Huete, Ocaña, Consuegra y Mora, además de todos los castillos, aldeas y pueblos de menor entidad incluidos en esa línea fronteriza. Fue así como Almaguer y su pequeño castillo (que no atalaya) pasaron a manos cristianas.

No duró mucho el dominio cristiano en esta franja de terreno, pues una vez obtenido el control de Al-Ándalus, los almorávides lanzaron varias campañas hacia el norte con la intención de recuperar Toledo. El enfrentamiento con los cristianos se produjo en nuestra zona primero en Consuegra (1097) y después en Uclés (1108). Por cierto que en ésta última cruenta batalla murió el joven príncipe Sancho, único heredero del rey Alfonso VI e hijo de la famosa mora Zaida. Ni que decir tiene que Almaguer, junto con todas las pequeñas aldeas de su entorno, fueron conquistadas y volvieron de nuevo a manos musulmanas.

No tardaron los almorávides en acomodarse a la buena vida y relajar sus costumbres, por lo que los cristianos avanzaron sobre la franja situada entre el Tajo y el Guadiana, recuperando de nuevo las plazas de Almaguer y sus aldeas, según reflejan los documentos mozárabes de la catedral de Toledo fechados en 1119, en los que se recogen varias ventas de viñas entre mozárabes de Aloyón.

Almaguer seguía siendo zona fronteriza y por lo tanto peligrosa e inestable para los pobladores, debido a los avances y retrocesos de la reconquista.

Con todo y con eso, Almaguer seguía siendo zona fronteriza y por lo tanto peligrosa e inestable para los pobladores, debido a los avances y retrocesos de la reconquista. Tres décadas después (1155) parece que la zona se encontraba ya relativamente pacificada, y Alfonso VII, acompañado por la reina polaca Doña Rica, efectuó labores de repoblación en la comarca de Almaguer, donando la aldea de Aloyón a los siguientes pobladores: los capitanes o “adalides” Michaeli Aben Acet y su hermano Albubacal, y los soldados y pobladores: Andrés Çapatario, Michaeli Zalema, Petro Estéfanez, Martino Granadixil, Iusto Iohani, Hiahia Iohanni, Zaidi, Dominico Fandúm, Dominico Aneza, Petro Iulianci, Dominico Michaeli y Michaeli Fructusu, dejando claro que la mitad de la aldea será para el adalid Michaeli Aben Acet.

Ni que decir tiene que si Aloyón había sido repoblada por el rey Alfonso VII en 1155, Almaguer, como cabeza de la comarca, lo había sido ya con anterioridad o al menos por aquellas mismas fechas, si bien en esta ocasión como villa de realengo (es decir como posesión del propio Rey) y con el mismo fuero de Toledo que solía otorgar a las escasas poblaciones de cierta entidad que pervivieron en la comarca. Éste fue el auténtico nacimiento del Almaguer cristiano, y la primera ocasión que nuestra población recibió Carta de Villazgo, por más que no se hallan conservado estos documentos.

Nota: En recuerdo de esta convulsa época, Almaguer siempre conservó con orgullo su nombre Árabe


Almaguer en la Reconquista (la repoblación)

A mediados del siglo XII, las nuevas victorias cristianas fruto del declive almorávide, sumieron en el pánico a muchos reyezuelos musulmanes que se vieron en la necesidad de pedir auxilio a otros correligionarios bereberes procedentes del Atlas marroquí: Los Almohades. Estos estrictos cumplidores de la religión islámica, se hicieron rápidamente con el control de Al-Ándalus e infligieron al rey Alfonso VIII una grave derrota en Alarcos (1195) que a punto estuvo de costarle la vida. Con ese gran descalabro, la franja del sur del Tajo pasó de nuevo a ser zona de frontera y por tanto fuertemente conflictiva, aunque desconocemos si Almaguer llegó a caer de nuevo en manos musulmanas.

Humillado en lo más profundo de su alma, el Rey Alfonso VIII tramó su venganza convocando a los reyes de Aragón y Navarra a una gran cruzada, con la venia del papa Calixto III. El formidable ejército reunido, al que se unieron las fuerzas de las órdenes militares, las del arzobispado de Toledo y las de los francos venidos del otro lado de los pirineos, se enfrentó el 16 de julio de 1212 al ejército almohade en la famosa batalla de las Navas de Tolosa. La gran victoria cristiana supuso el declive de los almohades y el principio del fin de Al-Ándalus.

Apaciguadas ya definitivamente estas tierras, el rey Alfonso VIII y su esposa Leonor Plantagenet, hermana del rey Ricardo Corazón de León y condesa de Gascuña, (que aportó muchos Gascos o Gascones a la batalla de las Navas) comenzaron un proceso repoblador, repartiendo los territorios ganados a los musulmanes entre las fuerzas que les habían ayudado, es decir: entre las órdenes militares y el arzobispado de Toledo. El afán de los nuevos señores por obtener el mayor número y la mejor calidad de las tierras, llevaron de nuevo a nuestra población a ser disputada, si bien en esta ocasión por los cristianos. Fue por ello que en 1237 se tuvieron que establecer acuerdos para fijar los límites entre la Orden de Santiago (con sede en Uclés) y la de San Juan (con sede en Consuegra) quedándose la de Santiago con Almaguer y Criptana y la de San Juan con Villacañas y Quero. El Arzobispado de Toledo, por su parte, también consiguió su trozo del pastel extendiendo sus posesiones hasta la villa de Lillo, que pasó a ser de su propiedad tras el acuerdo con la Orden de Santiago del año 1241.

Quedó de esta manera Almaguer, como cabeza y motor económico de un extenso territorio o alfoz que abarcaba numerosas aldeas.

Quedó de esta manera Almaguer, como cabeza y motor económico de un extenso territorio o alfoz que abarcaba numerosas aldeas: desde Añador, Magaceda y Chozas que formarían el futuro Villamayor de Santiago, pasando por Alcardet y Gúzquez, que formarían Villanueva de Alcardete, hasta la Puebla de la Isla que pasará a denominarse Puebla de don Fadrique, junto a Almuradiel que se refundará como Puebla de Almoradiel, y las aldeas de Villalobillos, Bonache, Aloyón, Montealegre, Escorchón y Testillos que, junto con la Cabezamesada, completarán el círculo. La principal prueba de esa capitalidad de Almaguer y esa pujanza económica, fue la celebración en su iglesia del Capítulo General de la Orden de Santiago del año 1253. Celebración que, dada la afluencia de comendadores, caballeros, priores y gente a su servicio, necesitaba obviamente de ciertas infraestructuras para poderse llevar a cabo. Infraestructuras que sólo las villas de cierto tamaño y entidad económica poseían en aquellos tiempos.


De cómo Almaguer pasó a convertirse en Corral de Almaguer, recibiendo nueva Carta Puebla el 4 de noviembre de 1312

La victoria de las Navas de Tolosa no sólo supuso un enorme avance hacia el sur en la reconquista, sino la convicción generalizada de que esos territorios jamás volverían a caer en manos musulmanas. Esa sensación de seguridad pareció extenderse como la pólvora entre los habitantes de los reinos peninsulares, que vieron cómo cientos de familias partían en busca de fortuna al reclamo de las concesiones de tierras que los señores, en este caso las Órdenes Militares, ofrecían para su repoblación.

Esa llegada continua de pobladores, desbordó las reducidas dimensiones de la vieja villa de Almaguer -situada en el cerro de la Muela- que no tuvo más remedio que buscar un nuevo emplazamiento donde albergar el constante goteo de familias. El lugar elegido fue un cercano promontorio, conocido desde muy antiguo como “el Corral”, que sobresalía en el centro de una frondosa vega enmarcada por el río Riánsares en su lado norte, su afluente Albardana en el sur, y la unión de ambos formando una laguna en su costado oeste. El conjunto se complementaba con una pequeña acequia de agua dulce que, procedente de un cercano manantial, venía a desaguar en las cercanías de la población.

A comienzos del siglo XIII se fue evidenciando un traslado generalizado de habitantes desde el cerro hacia la nueva población.

Este idílico emplazamiento había sido habitado anteriormente por los romanos, por lo que en él se encontraban numerosas piedras, cuevas y restos de un viejo asentamiento, conocido como “el Corral”, destinado ahora a servir de cantera para los edificios principales y las murallas que se construían para el nuevo Almaguer. De esta manera, a comienzos del siglo XIII se fue evidenciando un traslado generalizado de habitantes desde el cerro hacia la nueva población, y para mediados de siglo la villa despuntaba ya como cabeza de la comarca. Este movimiento económico no pasó inadvertido para la Orden de Santiago, que inició una política de compras y permutas de tierras, así como de horas de molienda en los molinos cercanos, con el objeto de rentabilizar al máximo sus posesiones.

No olvidemos que, a pesar de  ser la dueña y señora del territorio y contar con numerosas y extensas propiedades en nuestra población, cuando la Orden de Santiago se instaló en esta comarca, Almaguer ya se encontraba poblada a fuero de Toledo y contaba por lo tanto con un poderoso Concejo que defendía con uñas y dientes los derechos, tierras y privilegios concedidos por el Rey a sus moradores. Es por ello que, a pesar de contar con la soberanía jurisdiccional y cobrar los impuestos a sus habitantes (diezmos) la Orden de Santiago no tuvo más remedio que comprar algunas tierras a sus legítimos dueños para afianzar aún más su presencia en el término. Nada que ver con la repoblación llevada a cabo en las cercanas aldeas, donde sería la Orden, como dueña del territorio, la encargada de donar las tierras a los colonos y eximirlos de impuestos durante un periodo de tiempo, a cambio de que éstos cultivaran las tierras y construyeran casas techadas.

El pueblo de Almaguer fue refundado en 1312 con el nombre de Corral de Almaguer, y recibió una nueva Carta Puebla.

No gustaban a la Orden de Santiago las exenciones y privilegios que disfrutaban algunos de los grandes Concejos de la comarca desde la repoblación de Alfonso VII, y que motivaban no pocos roces y conflictos de competencia entre las autoridades municipales y los comendadores de la Orden. Es por ello que a partir del siglo XIV fue negociando la implantación en su territorio de un único ordenamiento jurídico: El Fuero de Uclés, con el que pretendía igualar las leyes de su señorío. En contraprestación, los Concejos conservaban algunos de los viejos privilegios otorgados por el Rey, y alguna que otra nueva merced añadida por la Orden para que se avinieran a renunciar a los fueros reales. De esta manera, el pueblo de Almaguer fue refundado en 1312 con el nombre de Corral de Almaguer, y recibió una nueva Carta Puebla en la que se incluía que a partir de entonces la villa se regiría, en lo tocante a las leyes, por el Fuero de Uclés.

Este es el nacimiento del nuevo pueblo conocido a partir de entonces como Corral de Almaguer, cuya concesión de Carta Puebla conmemoramos en este año 2012. Feliz aniversario.