Relato de la crónica negra de los dramáticos sucesos que
acontecieron o se relacionaron con el autodenominado Museo del Botijo,
un museo que nunca existió como tal.
Por Aparicio Ortiz

La llegada del artesano
Con la curiosidad que caracteriza a los púberes de 13 y 14 años a
los que el mundo comienza a ensancharse, la clase de 8° de EGB de
1975 observó al extraño que sobresalía por detrás del
“hermano” director del Colegio de la Salle. Se trataba, así lo
hizo saber el director al referirse al joven corpulento que le acompañaba,
de un artesano recién instalado en Corral de Almaguer que necesitaba
la ayuda de jóvenes que pudieran estar interesados en el aprendizaje
de un oficio tradicional, al tiempo que ganaban un pequeño dispendio
que aliviaría ligeramente las escasas economías familiares.
El fornido y bien parecido artesano, que no llegaba a la treintena,
respondía al nombre de Juan José Benedito Martínez y al parecer había
aterrizado en Corral de la mano de una mujer unos años mayor que él
y que supuestamente le habría subvencionado la compra de unos
terrenos en el comienzo del Camino Guardaminos, donde edificaría una
fábrica/almacén registrada con el nombre de “Cerámica Artística”,
pero que pronto pasaría a ser conocida con el nombre que aparecía
rotulado toscamente en su fachada: “Museo del Botijo”. Juan José
Benedito provenía de familia militar a la que inspiraba un ligero
temor reverencial y con la que tenía desavenencias (un conocido de la
familia y con vinculación corraleña fue el encargado de comunicarle
la muerte de su madre por medio de la Guardia Civil). Según la misma
familia, Juan José estaba dotado de un alto cociente intelectual.
Aquellos jóvenes pioneros que se dejaron engatusar por la cálida
verborrea del ceramista y que decidieron enrolarse en su proyecto,
pronto quedarían decepcionados. El trabajo consistía en rellenar
moldes de escayola de figuras de gatos, perros, etc., que una vez
secas y desmoldadas serían rudamente pintadas a mano por el artesano,
para ser vendidas en los mercadillos de la comarca, con la intención
de desbancar a la “flamenca sobre mantelito de ganchillo” que
junto con el “toro bravo” coronaban las televisiones de la época,
siendo los iconos más repetidos del estilo “kitsch” que reinaba
en los hogares de las clases populares. Dado que el prometido
estipendio no llegaba, los jóvenes, tras un apoderamiento ilegal de
parte de la mercancía dispuesta en víspera de mercadillo,
abandonaron la fábrica y con ella sus sueños de artistas
adolescentes o al menos adolescentes con “pasta” en el bolsillo,
lo que les hubiera hecho reinar por unos días en los
“recreativos” y en los cines de la localidad. De haber conocido
los hechos posteriores, aquella osadía de seguro no habría tenido
lugar.
La prostituta y la furgoneta
En abril de 1979, una joven moría abrasada en la furgoneta del
alfarero. Constanza Hidalgo Quílez, de veinte años, fallecía como
consecuencia de las quemaduras sufridas tras incendiarse el vehículo.
El ceramista declaró entonces que la chica, una prostituta a la que
había recogido haciendo autostop, le había pedido permiso para
quedarse a dormir en su furgoneta. Según su versión, Constanza se
habría quedado dormida mientras fumaba, lo que habría provocado el
incendio de las cajas de cartón y la paja de embalaje y con ello
originado el fatal desenlace. Un año más tarde y tras pasar por la
Audiencia Provincial, el sumario fue sobreseído por falta de pruebas
contra Juan José Benedito y el caso quedó archivado como
“accidente” por orden judicial.
No obstante, la fábrica seguía creciendo y empezó a contar con
una plantilla fija que complementaba con la contratación temporal de
jóvenes corraleñas para los picos de actividad. Con la incorporación
de un horno al taller de cerámica, pronto los jarrones y los botijos
artísticos fueron sustituyendo a la fauna animal de escayola, granjeándole
un cierto prestigio entre colegas del gremio.
Constanza Hidalgo Quílez, de veinte años, fallecía como
consecuencia de las quemaduras sufridas tras incendiarse el vehículo.
La camarera
El carácter hosco e introvertido de Benedito no le permitía
integrarse dentro de la sociedad local, lo que no le impidió iniciar
una relación sentimental con Vicenta, convecina de Corral que
trabajaba como camarera en la Cafetería España, donde el artesano
acudía regularmente para comer.
El 25 de abril de 1983, Vicenta Villar Sánchez-Roldán, de 34 años,
fue hallada carbonizada en el interior del Museo del Botijo. Los
restos encontrados sobre la cama de la habitación eran
irreconocibles. En primera instancia, solo una sortija permitió la
identificación. Una de las extrañas circunstancias del caso, es que
solamente ardieron la habitación donde se encontró el cadáver y el
aseo adyacente. La sospecha de que el incendio había sido
intencionado llevó a la detención del dueño de la fábrica. El
informe forense, debido a las dificultades para el examen facultativo
del cuerpo totalmente calcinado, no aportó ningún dato relevante
para el esclarecimiento de los hechos.
Juan José Benedito, primer y único acusado de la muerte de
Vicenta, ni tan siquiera llegaría a ser juzgado. Una entrada de cine
y la cuenta de un restaurante le situaban en Madrid el día de los
hechos. Una vez más, sin pruebas que le incriminaran, el alfarero
quedaba en libertad.
Una de las extrañas circunstancias del caso, es que solamente
ardieron la habitación donde se encontró el cadáver
La violación
En la noche del 30 de enero de 1993, a unos 150 metros del Museo
del Botijo, una joven visiblemente asustada y sudorosa agitaba
vigorosamente los brazos con objeto de llamar la atención de la
Guardia Civil que circulaba por las cercanías. La joven madrileña
Consuelo Almendros, de 23 años, acababa de escapar del taller del
ceramista.
Según su relato, Consuelo estudiante de la Escuela de Artes y
Oficios de Madrid, había ido a Corral de Almaguer junto a su hermano,
un joven de 18 años, después de concertar una cita con Benedito y en
respuesta a un anuncio publicado en la revista Segundamano donde se
solicitaban modelos para escultor. Una vez convenido con este que
comenzaría a trabajar esa misma tarde, y confiada al ver a otra chica
de su misma edad que también decía ser modelo, Consuelo despidió a
su hermano. Tras una charla distendida y después de la ingesta de una
bebida agria y verduzca que no rechazó por cortesía, comenzó a
sentirse muy relajada y sin capacidad de oposición a lo que comenzaría
a pasar. Consuelo contó cómo la otra modelo comenzó a desnudarla y
acariciarla siguiendo las indicaciones del ceramista. Una vez entrada
la noche, y cuando la otra chica ya se había marchado, Consuelo,
todavía sin capacidad de reacción, fue obligada a mantener
relaciones sexuales repetidamente. En un descuido del alfarero (ahora
escultor), conseguiría escapar hasta encontrar a la patrulla de la
Guardia Civil.
En mayo de 1993 dos autobuses, con unas 100 mujeres, llegaron
desde Madrid para manifestarse en la plaza del pueblo.
Trasladada a las dependencias de la policía municipal visiblemente
nerviosa y con la única preocupación de recuperar su bolso, Consuelo
prestó declaración ante el policía municipal de guardia y ante la
juez de paz, sin llegar a presentar denuncia en ese momento. Esta la
realizaría, una vez tranquilizada y con plena consciencia de lo que
le había acontecido, en la Comandancia de la Guardia Civil de Tres
Cantos (Madrid) que la trasladaría al Juzgado de Primera Instancia de
Quintanar de la Orden, donde finalmente fue sobreseída por falta de
pruebas. Una vez conocida la resolución del juzgado, Consuelo
interpuso un recurso ante la Audiencia Provincial de Toledo.
En mayo de 1993 dos autobuses, con unas 100 mujeres, convocadas
entre otros grupos feministas por la Comisión Antiagresiones,
llegaron desde Madrid para manifestarse en la plaza del pueblo como
apoyo al recurso de la denuncia y para solicitar al alcalde su ayuda
para el esclarecimiento de lo que realmente “se cocía” en la fábrica
de cerámicas. En su camino hasta la plaza repartieron octavillas
explicando a los corraleños por qué estaban allí, que entre
sorprendidos y curiosos, seguían el paso de la manifestación. En el
texto repartido podía leerse "Durante años, Juan José
Benedicto ha estado ofreciendo trabajo a través de la revista
Segundamano. Las mujeres que acudían han sido engañadas, drogadas y,
en muchas ocasiones, violadas". Antes de marcharse se dirigieron
hacia el Museo del Botijo y “como aviso para navegantes” llenaron
sus paredes de pintadas: "Aquí se viola", "Violador,
sinvergüenza".
La fiscalía de la Audiencia de Toledo también se inclinaba por el
archivo de la denuncia. El fiscal jefe, Miguel María González
Blanco, en declaraciones a la Agencia Efe manifestó que los
colectivos que apoyaban a la denunciante -feministas, abortistas y
lesbianas- "no me merecen ninguna confianza". Afirmaba que
no tenía nada contra las lesbianas ni los gay, pero añadía que
"no hay que sacar a la luz pública estas cosas" que
pertenecen al ámbito de la "intimidad". Curiosamente tras
estas manifestaciones, claramente homófobas y discriminatorias, nadie
pidió la reprobación de personaje tan ilustrado.
Finalmente, el 8 de abril de 1996, la Audiencia Provincial de
Toledo resolvió absolver al “escultor” Juan José Benedito Martínez,
por falta de pruebas, de los delitos de violación bucal, anal y
vaginal de los que se le acusaba.
El robo
Sin noticias de su dueño, la edificación que auspiciaba el falso
museo iniciaba el lento declive hacia la construcción abandonada y
semiderruida que es hoy en día. Sin embargo, el agonizante taller del
ceramista nos reservaba una última noticia. Según una nota de prensa
de Europa Press, el 10 de septiembre de 2014 la Guardia Civil detuvo a
tres hombres como presuntos autores de un delito de robo al ser
sorprendidos dentro del edificio, al que habían accedido realizando
dos butrones en una ventana tapiada. Continuaba la nota de prensa, y
esto es lo más sorprendente, que una Central de Receptora de Alarmas
se puso en contacto con el COS de la Guardia Civil para comunicar que
se había activado el sistema de alarma instalado en el museo.
Finalmente, un infarto acababa con la vida de J. J. Benedito, y con
él la verdad quedaba enterrada. Hoy los silentes muros de la antigua
fábrica, en donde aún permanece rotulado el engañoso nombre, siguen
en pie como testigos mudos de los horrores allí acontecidos, los
relatados y aquellos de los que nunca nadie supo nada.