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Introducción
No se puede decir que el siglo XIX
fuera especialmente generoso con nuestra población. Antes bien, desde
mitad de siglo se fueron concatenando una serie de trágicos
acontecimientos y desgracias, que enturbiaron la ya de por sí difícil
situación de las clases más menesterosas de la localidad -jornaleros
y labradores en su mayoría- hasta parecer que el mismo cielo les había
enviado un castigo. (No olvidemos que para los clérigos de la época,
cualquier desgracia suponía un castigo divino por más que siempre
afectase a los pobres).
Para comenzar, la situación de los
campesinos había empeorado sensiblemente tras la venta de las enormes
propiedades de la Iglesia, el Ayuntamiento y la Orden de Santiago en pública
subasta. Y es que como consecuencia de las llamadas desamortizaciones
de Mendizábal y Madoz (reinado de Isabel II) se pusieron a la venta
la mitad de los terrenos del término municipal de Corral de Almaguer.
Aunque la idea original no era mala, pues se trataba de conseguir un
mejor reparto de la riqueza y una mayor producción, la realidad es
que sólo se consiguió el segundo objetivo, dado que a las
mencionadas subastas no concurrieron los agricultores de los pueblos
–en su mayoría analfabetos- sino personas acaudaladas, funcionarios
públicos y ricos propietarios de la capital, únicos que poseían el
dinero y la información suficiente para acudir a las pujas. Como
consecuencia de ese cambio de propiedad, en los grandes territorios de
Castilla la Mancha, Extremadura y Andalucía, se instaló una nueva y
poderosa clase latifundista: Los Caciques, que acabaron por controlar
la política y la economía de la nación.
Y como su único objetivo era
conseguir dinero y para ello necesitaban mayor producción, no dudaron
en roturar y deforestar los montes y las laderas de los ríos, hasta
desertizar la comarca. De aquellos polvos, resultarán luego los lodos
de los que hablaremos más adelante.
Ansiosos por controlar la economía de
los municipios, los caciques se hicieron también con el gobierno de
los Ayuntamientos y Diputaciones (poniendo de moda el pucherazo) para
así fijar los precios de los jornales en beneficio propio y
empobrecer aún más las condiciones de vida de los jornaleros. Sin
pretenderlo, estaban fijando los cimientos del creciente malestar en
el campo, que acabaría explotándoles en la cara durante la primera
mitad del Siglo XX.
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Iundación
de 1947 desde la calle alcacer, antes de que existiera el
parque |
Y es que a estos nuevos terratenientes,
auténticas garrapatas chupasangre de los campesinos, como los
calificaba nuestro añorado don Crisanto, o "Vergüenza
Nacional” como los denominaba don Joaquín Costa, no les interesaba
en absoluto el progreso de los pueblos, sino únicamente tener a su
disposición mano de obra barata, dócil y abundante, para conseguir
el máximo de beneficios. No es de extrañar por lo tanto que en 1880
decidieran desalojar la escuela de primeras letras del Ayuntamiento de
nuestra localidad, para instalar en ella un Casino donde reunirse a
fumar sus puros y comentar la política de la nación.
Como consecuencia de esa manifiesta
avaricia, egoísmo y falta de escrúpulos, los últimos 25 años del
siglo XIX supusieron para Corral de Almaguer el hundimiento definitivo
en el olvido y su relegamiento a pueblo de segunda categoría, del que
ya jamás se recuperó.
Epidemias y miseria
En medio de este triste panorama y como
resultado del desinterés de esos gobernantes por una mínima inversión,
Corral de Almaguer se convirtió en uno de los pueblos más insanos de
la provincia. La insalubridad era la norma en calles y casas, y la
mala alimentación (a base de gachas de almortas) la tónica habitual
en la mesa de los pobres (más de 300 familias vivían en la miseria,
engrosando la lista de los llamados “pobres de solemnidad”).
Faltos de proteínas y vitaminas, los cuerpos de los campesinos y sus
familias se convertían en objetivos fáciles para todo tipo de
enfermedades contagiosas que sacudían con cierta periodicidad a la
población. Viruela, difteria, tos ferina, poliomielitis, sarampión,
tuberculosis, paludismo y otras muchas dolencias relacionadas con las
malas condiciones sanitarias de las casas y la cercana convivencia con
los animales, eran una constante entre los vecinos y producían una
importante mortalidad.
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Inundación
de 1947 desde el puente grande |
En los años 1880 y 1893 se constató una
epidemia de viruela, en 1889 de difteria, en 1890 de trancazo o gripe,
el paludismo o malaria era una enfermedad crónica en Corral de
Almaguer y lo fue hasta después de la guerra civil, y a la
tuberculosis no le faltaban cuerpos debilitados para infectar. La mala
alimentación de los pobres, a base de gachas de almortas
exclusivamente, hacía que con frecuencia apareciera el “latirismo”
que afectaba al sistema nervioso central y producía graves espasmos y
parálisis de los miembros inferiores, además de retraso del
crecimiento y otras alteraciones en los niños. Como consecuencia del
enorme atraso de la nación y la ausencia de antibióticos, la
esperanza de vida en España entre 1860-1887 cayó a tan sólo 29 años
(menor que en la edad de piedra) mientras en Francia era de 43, en
Inglaterra de 45 y en Suecia de 50. La mortalidad infantil hasta la
edad de siete años era del 50%, mientras en Italia lo era del 37% y
en Francia del 25%. Un panorama bastante negro según podemos
apreciar.
Para colmo de males y como colofón a tan
oscuro porvenir, de vez en cuando aparecía una pandemia generalizada
que barría la geografía española, dejando multitud de huérfanos y
viudas a su paso y provocando tremendas hambrunas en los años
siguientes. En 1855 Corral de Almaguer se vio afectado por una
terrible epidemia de cólera que sumió en la miseria a sus
habitantes. La hambruna posterior (1856) fue de tal magnitud, que el
propio ayuntamiento tuvo que organizar varias obras públicas para dar
trabajo a los vecinos y exhortaba a los grandes terratenientes a hacer
lo mismo para aplacar la enorme miseria de la población.
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Inundación
de 1956 desde las afueras de la población |
Aunque si de epidemias se trata, la de
Colera de 1885 batió todos los records habidos y por haber (423
muertos) elevando a nuestro municipio al número uno del ranking de
mortalidad de la provincia. En aquella ocasión Corral de Almaguer
vivió una de las peores experiencias de su historia, descendiendo a
la Edad Media en lo que se refiere al auxilio y atención de enfermos,
fruto del abandono de las autoridades, el miedo al contagio y la
desesperación de los vecinos por sobrevivir. Una vez más se buscó
remedio en los santos y fueron sacados en procesión, pero nada
pudieron hacer para remediar la epidemia. El tema es tan interesante,
que merece la pena que lo tratemos en otro artículo.
Plagas e inundaciones
Sin embargo y aunque no lo creamos, no
acababan aquí las penurias de nuestros abuelos y bisabuelos. Antes
bien, como si los cielos se hubieran conjurado contra ellos, a todo lo
anterior hay que añadir una serie de catástrofes naturales que
azotaron sin piedad a la población.
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Circo
afectado por las inundaciones de la feria de 1979 |
Plagas de langosta se hicieron presentes
durante los años 1875,1876 y 1886, provocando la pérdida de buena
parte de las cosechas y la hambruna posterior, además de la aparición
de violentas riadas que acabaron por sumir a los vecinos en la miseria
total y la desesperación.
Debemos aclarar respecto a éste último
punto que, desde la fundación de la localidad, las tierras de Corral
de Almaguer se habían visto inundadas periódicamente por las
crecidas del Riansares. Crecidas que no solían comportar excesivo
peligro, dado que nuestros antepasados, con buen criterio, supieron
instalar el municipio en un cerro elevado y rodearlo de murallas que
sirvieran, no sólo para la defensa, sino también para retener la
inundación. Esas riadas, que en ocasiones arruinaban los sembrados
cercanos al río, dejaban a su vez un sedimento de limo, que
fertilizaba sobremanera las vegas y multiplicaba en los años
siguientes sus posibilidades de producción. Conscientes de que el río
les daba la vida, por más que de vez en cuando se cobrase sus
derechos de paso, fomentaron la plantación de un sotobosque en sus
riberas, para que ayudase a retener la fuerza de las aguas.
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Plaza
del Pilar durante las inundaciones de septiembre de 1979 |
Pero el pueblo creció y creció, y las
casas comenzaron a derramarse más allá de las murallas. Al principio
y con buen criterio, en un cerro que sobresalía al otro lado del río
(como a dos tiros de ballesta) y que acabaría formando el arrabal de
San Sebastián. Cierto que resultaba un poco lejano de la localidad,
pero este era el precio que había que pagar por poner a salvo de las
aguas las vidas de los vecinos, además de resultar perfecto para
excavar cuevas o silos donde pudieran encontrar morada las familias
menos favorecidas del municipio.
A partir del siglo XVI, el creciente
asentamiento de familias, hizo que surgiera otro arrabal en una zona
menos protegida de las aguas, aunque todavía lo suficientemente alta
para mantenerse al margen de la crecidas. El arrabal en cuestión era
el de la Concepción, que se mantuvo al principio apilado en una
franja de pequeñas casas que descendían entre las actuales calles de
Dimas de Madariaga y la Concepción, hasta llegar a la antigua ermita
del mismo nombre (actual plaza de la Concepción).
Sin embargo el vecindario siguió
aumentando y los más pobres no tuvieron más remedio que buscar
nuevos terrenos donde construir sus viviendas, lejos ya de lo que
dictaba la más mínima prudencia. Fue entonces cuando comenzaron a
aparecer pequeñas viviendas más allá de la plaza de la Concepción,
rumbo a la puerta del agua (actuales calles del Agua y de la Piedad),
al igual que ocurrió en la franja comprendida entre las actuales
calles Conta y ronda Conta.
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El
parque en la inundación de 1979 |
Evidentemente y por mucho que intentasen
elevar el terreno, el riesgo estaba presente y la cólera de la
naturaleza acechante con cada tormenta. Si tenemos en cuenta que por
aquel entonces no existían canalizaciones de desagüe ni
alcantarillado, entenderemos que las aguas se precipitasen como
torrentes buscando el desnivel y se acumulasen en las partes más
bajas de la localidad formando extensas lagunas.
A comienzos del siglo XIX este problema
se intentó solucionar excavando el actual cauce del río a su paso
por la población, a la vez que eliminando posibles obstáculos o
lugares de remansamiento de las aguas, como la laguna de la Serna o
los tres molinos harineros que existían antes de la entrada del Riánsares
en el municipio. Con ese mismo fin se construyó también el dique de
desagüe conocido como Malecón,
destinado a evacuar las aguas acumuladas entre el pueblo y el arrabal
en la zona conocida como vega del hondón. Pero
todo fue en vano, pues las crecidas seguían produciéndose y las
aguas buscando su curso natural, recordándonos lo difícil que es
poner puertas al campo.
Décadas más tarde y con motivo de las
graves inundaciones de que hablaremos a continuación, se construyeron
nuevos canales de desagüe destinados a aliviar las enormes lagunas
que se formaban en determinadas zonas de la localidad. Surgieron así
los desaguaderos de la plaza del agua y de la calle ramalazo,
destinados a evacuar las aguas remansadas en la puerta del agua
(actual plaza del Agua) y en el arrabal (actual plaza del Pilar).
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El
puente grande en la inundación de 1979 |
Sin embargo y aunque esto suponía algún
alivio, los auténticos problemas comenzaron a partir de la segunda
mitad del siglo XIX, con las desamortizaciones de que hablamos al
comienzo de estos escritos y la subsiguiente tala salvaje de los
montes que rodeaban el término municipal. Sin arbolado ni vegetación
que retuviese las aguas, las lluvias comenzaron a precipitarse de
manera torrencial, llevándose por delante todo lo que encontraban a
su paso. Si a esto añadimos que la deforestación había afectado
también a las localidades ubicadas más arriba del cauce del
Riansares, entenderemos el porqué de las catastróficas avenidas que
se produjeron a partir de entonces.
Violentas tormentas con inundaciones se
produjeron durante los años 1847,1860,1864,1888 y especialmente en
1891. Afortunadamente y después de la llegada del telégrafo en 1887,
el alcalde de Cabezamesada solía poner sobre aviso al de Corral de
Almaguer en cuanto observaba crecimiento de las aguas y éste lo
comunicaba a su vez a
los vecinos de las calles susceptibles de ser anegadas, para que
buscasen refugio en la parte alta de la población. Dichas calles eran
las siguientes: Tenerías, Cuerda, Puerta del Agua, Conta, Santa Ana,
Piedad, Concepción, Peñuelas, Pedro Campo, Leganitos, Mayor,
Peligros, Libertad, Monte Alegre, Chacón, Ciega, Sol, Ronda y algunas
de las que descienden del arrabal.
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En
la fotografía se puede apreciar el centro de Consuegra
totalmente arrasado tras la riada de 1891 |
Y es que en la mente de todos estaba
presente la inundación de Consuegra acaecida durante ese mismo año
(1891) que había ocasionado la muerte de 359 personas y había
arrasado literalmente media población. Esa terrible catástrofe, que
se convirtió en la segunda más importante del siglo XIX en España,
ocurrió cuando por culpa de las terribles tormentas de septiembre y
la rotura de la presa romana, el rio Amarguillo que atraviesa el
centro del municipio y suele encontrarse seco, se precipitó con la
violencia de un torrente sobre la localidad. (Las fotografías tomadas
por los periódicos de la época son bastante explícitas).
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El
centro de Consuegra tras la riada de 1891 |
No habían digerido nuestros paisanos lo
de Consuegra, cuando una nueva riada se precipitó en Corral de
Almaguer el 14 de septiembre de 1893, llevándose por delante 19 casas
y sumiendo a otras tantas familias en la desesperación. A pesar de la
violencia de las aguas, no hubo que lamentar desgracias personales,
por lo que los vecinos se consolaron con aquello de “dentro
de lo malo lo nuestro no ha sido de lo peor”. Más aún, cuando
se enteraron que en el cercano pueblo de Villacañas, esas mismas
tormentas habían descargado con tal fuerza, que las aguas habían
irrumpido en muchos de los 600 silos o cuevas en que vivía buena
parte del vecindario, provocando la muerte de 43 personas.
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Rescate
en los silos de Villacañas tras la inundación de 1893 |
"Algún
día nos tocará a nosotros" -clamaron los ancianos más
agoreros de nuestra villa-
"Algún día vendrá la “venida” y nos llevará a nosotros
también".
No imaginaban nuestros paisanos lo cerca
que estaba de producirse esa premonición.
La
Gran Inundación de Corral de Almaguer
En efecto, durante la tarde del día 23
de septiembre de 1895 y después de un agobiante día de calor,
oscuros nubarrones se fueron extendiendo por el horizonte haciendo
presagiar tormenta. Nada que extrañase en un verano como ése, que
parecía no tener prisa por acabar. Había sido un buen año de
cereales y la climatología había permitido finalizar las labores del
campo sin sorpresas. La feria, celebrada días atrás, había supuesto
también un éxito de ventas, pues se habían efectuado numerosas
compras de animales. Ahora llegaba por fin san Miguel y con ello el
momento de renovar los contratos de campesinos y pastores con los
amos, además de ajustar los jornales y cambiar de casa de labor si se
consideraba oportuno.
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Las
tenerías en la inundación de julio de 1956 |
En esas circunstancias y con la vendimia
a las puertas para regocijo de los jornaleros y sus familias, la
oscuridad se abatió de repente sobre la población, pintando el
ambiente con tonos de tristeza. Una violenta revolá de aire
disfrazada de vendaval, barrió con ímpetu las calles del municipio,
agitando con fuerza las ramas de los árboles y levantando remolinos
de polvo y paja en su alocado trayecto. En cuestión de minutos
comenzaron a sonar los primeros truenos y las gotas de lluvia se
hicieron patentes al impactar con saña sobre casas, ventanas y
tejados. Lo que comenzó como tormenta, se tornó pronto en auténtico
diluvio, acompañado de fuerte pedrisco y furiosas rachas de viento.
El cielo parecía venirse abajo por momentos, entre una aterradora
orquesta de truenos y relámpagos que sumieron en total oscuridad a la
población.
Lejos de amainar en intensidad, la
tormenta fue creciendo en violencia y el miedo comenzó a hacerse
patente entre los vecinos, que tenían muy presentes los desastres de
Consuegra y Villacañas. Los rezos a santa Bárbara bendita aumentaron
en intensidad, pero la persistente tromba de agua no parecía tener
fin. Por las calles convertidas en auténticos ríos, descendía las
aguas buscando las partes bajas de la localidad, arrastrando cuanto
encontraban a su paso y penetrando en muchas de las casas que se
interponían en su camino. El terror invadió a los vecinos en la
penumbra de la noche, al comprobar que los tejados y canalones eran
incapaces de contener semejante turbión, haciendo que el agua
comenzara a deslizarse por las encaladas paredes de tierra que componían
la estructura de la mayoría de las viviendas, inundando suelos y
descendiendo en cascada por escaleras y sótanos.
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La
plaza del agua en la inundación de julio de 1956 |
En cuestión de minutos el pánico se
adueñó del vecindario y montones de personas abandonaron sus casas
con lo puesto, rumbo a las zonas altas del municipio. Iluminados únicamente
por el fugaz resplandor de los relámpagos y en medio de una incesante
lluvia, la aterrada procesión de hombres mujeres y niños, calados
hasta los huesos, parecía más una reunión de espectros que de
personas. Entre continuos llantos y gritos de desesperación y con una
mirada de infinita tristeza, mujeres con niños envueltos en harapos y
hombres cargados con ancianos a sus espaldas, se afanaban por llegar
cuanto antes a los alrededores de la plaza, porque sabían que aún
faltaba lo peor.
Todos eran conscientes de que si
continuaba lloviendo de esa manera, el río no tardaría en salirse de
madre, empeorando aún más la inundación. No contaban nuestros
paisanos con que las tormentas también estaban descargando en la
cuenca alta del Riánsares y las aguas iban a precipitarse sobre el
pueblo en forma de brutal avenida.
Y es que tras la pérdida de los montes y
arbolados, las aguas, desprovistas de toda vegetación que las
frenase, descendían de forma salvaje por las laderas de cerros y
valles formando auténticas torrenteras en su camino hacia el río. A
su vez el Riánsares iba recibiendo ese furibundo caudal y creciendo rápidamente
en altura y velocidad según avanzaba en su trayecto. Pronto se formó
una enorme e impetuosa ola de color marrón, que iba arrastrando todo
lo que se interponía en su camino: cosechas, arboles, casas y
animales.
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Continuación
de las tenerías en la inundación del 56 |
Cuando esa furiosa avenida de agua
repleta de ramas, barro, troncos y demás objetos arrastrados en su
camino, chocó contra las viviendas de la población, éstas se
deshicieron como azucarillos, engullendo cuanto se encontraba en su
interior. La crecida cobró tales dimensiones, que en las zonas bajas
de la localidad las aguas alcanzaron un nivel de tres metros de
altura. Algo nunca visto ni registrado en
toda la historia de Corral de Almaguer.
Ante la magnitud del desastre y temiéndose
lo peor, el alcalde telegrafió al Gobernador Civil de la provincia
solicitando auxilio y a los puestos de la Guardia civil más cercanos.
Entre el caos generalizado y la total oscuridad, el ayuntamiento
intentaba organizar una cuadrilla de auxilio para que socorriese a las
muchas familias que se habían negado a abandonar sus casas,
convencidas de que jamás llegarían las aguas a tan alto nivel.
Afortunadamente la solidaridad vecinal funcionó y muchos jóvenes
demostraron su valor trepando por los tejados y rescatando a familias
enteras.
Aunque los periodistas no lo recogieron,
pues se limitaron a transcribir las crónicas telefónicas, fueron
muchas las situaciones de auténtico pavor vividas por nuestros
paisanos. Desde los que no tuvieron más remedio que pasar la noche en
el tejado acompañados por sus familias y confiando en que sus casas
no fueran arrastradas por la corriente, hasta los que arriesgaron sus
vidas trepando de tejado en tejado en la total oscuridad de la noche
(caso de Luciana Leganés, que cruzó diez tejados con una niña
en brazos antes de llegar a lugar seguro); pasando por los que
sobrevivieron encaramados a un árbol, o los que estuvieron a punto de
ahogarse en circunstancias mucho más angustiosas, como Nemesia
Carrasco, que sobrevivió junto a dos niñas en la burbuja que
formaban dos bovedillas, rezando para que no subieran las aguas.
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Descenso
de las aguas en las tenerías. Inundación de 1956 |
De la altura que llegó a alcanzar la
crecida me daba cuenta mi propia abuela, quien a pesar de vivir en una
zona relativamente alta, como era la calle real esquina con la calle
del agua, fue evacuada por sus padres hasta una casa de las cuatro
esquinas, en vista de las dimensiones que iba alcanzando la inundación.
Cuando por fin pudieron regresar, se encontraron los billetes de la
tienda y tahona que regentaban pegados en el techo.
Lo asombroso o milagroso –según se
mire- de toda esta terrible tragedia, es que no se produjeran
desgracias personales. Más aún, cuando al regresar la luz del día
pudieron comprobar la magnitud de la destrucción. El espectáculo era
dantesco: el centro de Corral de Almaguer se había convertido
literalmente en una pequeña isla rodeada de agua por los cuatro
costados. Desde lo alto de la torre se evidenciaba perfectamente la
enormidad de la catástrofe. Barrios totalmente inundados en los que a
duras penas se vislumbraban los tejados, calles desaparecidas del
mapa, cientos de animales flotando sobre las aguas, junto a todo tipo
de enseres domésticos, colchones, carros y aperos de labranza. El
aislamiento de la población era total, pues las aguas inundaban todos
los caminos hasta dos kilómetros a la redonda. El acceso de las
ayudas, imposible.
Los periódicos españoles y extranjeros
recogieron la inundación en sus crónicas telefónicas de urgencia,
calificándola de muy grave, aunque manteniendo la prudencia a la hora
de cuantificar las víctimas, dada la ausencia de datos.
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El
Riánsares volviendo a su cauce tras la inundación del 56 |
El día 24 Corral de Almaguer permaneció
totalmente aislado entre lluvias intermitentes, intentando organizar
las ayudas de urgencia a los muchos, muchísimos vecinos que habían
huido con lo puesto. Fue un día trágico y enormemente triste,
dominado por los gritos y llantos de aquellos que lo habían perdido
todo. Una vez más la solidaridad que surge en los momentos críticos,
hizo que los vecinos más afortunados se desvivieran para que no
faltasen techo, comida o ropa a los más necesitados.
El día 25 por la tarde las aguas
comenzaron a bajar en altura, permitiendo el acceso desde Ocaña por
la calle Real. El gobernador civil, acompañado por ingenieros, médicos
y guardias civiles, pudo hacer su entrada en la población para
comenzar a organizar las ayudas y evaluar los daños. Las pérdidas
eran enormes.
Durante los siguientes días se
conocieron los primeros datos:
-
78 casas hundidas por las aguas
-
Otras 68 demolidas por los ingenieros de Toledo ante el peligro de
derrumbe inminente
-
150 viviendas con graves desperfectos, entre las que se encontraba el
convento de Clausura
-
Más de 50 caballerías ahogadas y más de 100 cerdos, junto a numerosísimas
reses de ganado lanar, conejos y aves de corral.
-
Graves destrozos en el puente Garzón y en los demás que atravesaban
el Riánsares y acequia de Albardana. Carretera general rota por tres
lugares diferentes para facilitar la evacuación de las aguas. Pérdida
total de las numerosas huertas y casas de campo cercanas a los márgenes
del río y pérdida prácticamente total de la cosecha de uva de aquel
año a causa del pedrisco.
A pesar de las ayuda inmediata de 1.000
pesetas que adelantó el gobernador civil de la provincia y otras mil
que envió el encargado de las infraestructuras señor Díaz Cordovés
(terrateniente de la localidad), la miseria y el hambre se iban a
extender durante los siguientes años y habrían de pasar décadas
hasta que se recuperase la población.
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Casa
afectada por la inundación de 1947 |
Hoy, transcurridos más de 130 años de aquella tragedia, el ser
humano sigue más empeñado que nunca en alterar el curso de la
naturaleza. La ausencia de vegetación es prácticamente total en la
comarca, los pozos incontrolados extenúan las capas freáticas, los
vertidos, productos químicos y pesticidas, nos envenenan. A pesar de
la mejora en las infraestructuras de evacuación de las aguas y el
encauzamiento del Riánsares a su paso por la población, las
viviendas se han ido extendiendo como setas por las zonas más
inundables del municipio (las vegas) al calor de la burbuja
inmobiliaria. Una vez más el hombre desafía a la naturaleza pensando
únicamente en su interés.
La pregunta es:
¿Se rebelará algún día la
naturaleza? ¿Volverá el Riánsares a exigir sus derechos de paso?
Rufino Rojo García-Lajara (Octubre de
2016)
Fotografías (D. Crisanto Ortega y
Archivo fotográfico del Bar Martínez)
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