LA FESTIVIDAD DE SAN
ANTÓN, UNA CELEBRACIÓN CON FUERTES RAÍCES PAGANAS
Celebramos
con cierta frecuencia festividades y tradiciones que han sobrevivido
al paso del tiempo, con la alegría y el entusiasmo de compartir
unos días entrañables junto a la familia, los amigos o los
vecinos. Algo totalmente lógico, comprensible y hasta saludable,
pues son este tipo de conmemoraciones las que contribuyen a reforzar
nuestras raíces y nuestra identidad como miembros de un mismo clan.
Sin embargo, absorbidos y entusiasmados por los ritos y ceremonias
que componen estos actos festivos, pocas veces nos hemos parado a
pensar sobre el origen y el porqué de esas mismas solemnidades.
Empeñado
en sacar a la luz los cimientos que sustentan nuestra identidad como
corraleños, hoy toca hablar de una de las celebraciones más
antiguas, populares y entrañables de la población, así como una
de las que cuenta con más elementos paganos en su fundamento: La
festividad de San Antón.
Era el momento de celebrar las
ceremonias religiosas destinadas a purificar los campos, los
animales y los hombres, en las fiestas denominadas “sementivae y
paganalias”. Algo perfectamente comprensible, si tenemos en
cuenta que una vez superado el llamado solsticio de invierno (que
marcaba los días más cortos del año), la luz comenzaba de nuevo
a renacer y los días se iban alargando poco a poco hasta
evidenciar la preponderancia del día sobre la noche o, como lo
traducían nuestros antepasados: la victoria del sol sobre
las tinieblas y el triunfo de la luz sobre la oscuridad.
Un trascendental acontecimiento periódico utilizado
tradicionalmente por las diferentes creencias religiosas, que
marcará el inicio de un nuevo ciclo de la vida y que será
considerado por el ser humano como el momento ideal para medir el
paso del tiempo en forma de años.
Y si tenemos en cuenta la crucial
importancia de los animales domésticos para la vida cotidiana del
ser humano de pasadas épocas, entenderemos perfectamente el porqué
de que fueran purificados y bendecidos -al igual que sus amos-
pero en esta ocasión a base de dar varias vueltas alrededor de la
hoguera, ya que saltarla por encima resultaba bastante problemático
para la mayoría de los animales. Este es el origen de las
tradicionales vueltas alrededor de la ermita, que los animales de
carga efectúan (quizás deberíamos decir efectuaban) antes de
ser bendecidos –purificados- por el agua bendita de los ritos
cristianos.
El hecho de que San Antonio Abad, el
santo ermitaño egipcio que vivió entre el año 250 y el 356,
conviviera en su retiro del desierto con las alimañas sin sufrir
daño alguno, lo acabó convirtiendo en protector de los animales.
Y como quiera que se le considera también vencedor de las
tentaciones del demonio (las famosas tentaciones de san Antonio) y
el cerdo en muchas culturas se identificaba con lo sucio y
pecaminoso, la iconografía de este Santo acabó mostrándolo como
vencedor del maligno, representado por ese cerdo que aparece
domesticado a sus pies. Y si además tenemos en cuenta la
preponderancia del fuego en sus celebraciones, comprenderemos el
porqué de que se le adjudicase la cura del llamado “fuego de
san Antonio” que no es otro que la enfermedad de la piel
conocida como Herpes Zoster, que producía y produce una fuerte
sensación de quemazón en quienes la padecen.
Finalmente y ya alejados de la
simbología religiosa y pagana, no podemos dejar pasar la ocasión
sin recoger una vieja tradición ya extinguida en nuestro
municipio: “El gorrino de San Antón”.
Un cerdo que en sus orígenes compraba el municipio y que una vez marcado y con una campanilla al cuello, andaba libre por la población para ser alimentado por los vecinos con todo tipo de sobras y despojos alimentarios. Tras su larga fase de engorde a lo largo del año, acababa finalmente engrosando la despensa del hospital de la villa para alimento de los pobres. Con el tiempo, sería la hermandad de San Antón la encargada de comprar, soltar y finalmente rifar el famoso gorrino, para pagar con ello los gastos de la festividad.
Imagen
de San Antón en la ermita de San Sebastián |
Celebramos
con cierta frecuencia festividades y tradiciones que han sobrevivido
al paso del tiempo, con la alegría y el entusiasmo de compartir
unos días entrañables junto a la familia, los amigos o los
vecinos. Algo totalmente lógico, comprensible y hasta saludable,
pues son este tipo de conmemoraciones las que contribuyen a reforzar
nuestras raíces y nuestra identidad como miembros de un mismo clan.
Sin embargo, absorbidos y entusiasmados por los ritos y ceremonias
que componen estos actos festivos, pocas veces nos hemos parado a
pensar sobre el origen y el porqué de esas mismas solemnidades.
Empeñado
en sacar a la luz los cimientos que sustentan nuestra identidad como
corraleños, hoy toca hablar de una de las celebraciones más
antiguas, populares y entrañables de la población, así como una
de las que cuenta con más elementos paganos en su fundamento: La
festividad de San Antón.
Pero para entender los orígenes de
tan singular acontecimiento, debemos remontarnos antes a cientos,
quizás miles de años de la llegada del cristianismo a nuestras
tierras y más concretamente a las culturas Neolítica, Ibérica y
Romana, con sus diferentes rituales de purificación.
Y es que tanto para los primeros
grupos humanos que poblaron los alrededores de nuestra población
(neolítico), como para la cultura celtibérica que se instaló en
la sierra y cercano cerro de la Muela, sin olvidar la poderosa y
avanzada civilización romana que dominó a continuación; el
primer mes del año (desde época romana dedicado al Dios Jano, el
Dios de los dos rostros, el que mira al pasado y el que mira al
futuro y que por ello lleva el nombre de January en Inglaterra,
Januar en Alemania, Janvier en Francia y Janeiro o Enero en España), era
considerado tradicionalmente como un mes de purificación.
El dios Jano en un busto de los Museos Vaticanos |
Claro que, todo comienzo de ciclo
conllevaba un proceso de destrucción y otro de renovación que
dejase atrás lo malo, negativo o perjudicial y aportase un plus
de esperanza y transformación en el nuevo período que estaba por
venir. Esta era la causa de que se celebrasen y sigan celebrando
hoy en día, una serie de rituales de abandono, destrucción y
limpieza de lo negativo y los malos espíritus, seguidos de una
serie de liturgias de purificación y bendición, en base a dos de
los elementos principales de la naturaleza: El fuego y el agua.
En el caso que nos ocupa, el fuego
purificador –la hoguera- va a convertirse en el protagonista de
las celebraciones de san Antón, pues si bien con la llegada del
cristianismo muchos de los ritos paganos fueron desapareciendo de
la vida cotidiana de los hispanos, en muchos otros –como en el
presente caso- se negaron a desaparecer de la memoria colectiva y
acabaron mezclados en feliz sincretismo con las nuevas
festividades y liturgias cristianas.
La Hoguera de San Antón |
San Antón con la "Tau" |
Otra peculiaridad con fuerte raíces
paganas que podemos encontrar en las viejas representaciones del
santo, es la presencia de la letra “Tau” en el báculo que
lo acompaña. El símbolo “Tau” fue utilizado por los
egipcios como emblema de vida, salud y fecundidad, además de
por los Persas en los ritos del Dios Mitra, por los Arios
procedentes de la India y por los hebreos en la marca que
hicieron con sangre en las puertas de las casas para evitar las
plagas de Egipto. En el cristianismo, a raíz de la utilización
por San Antonio de este signo, acabó como emblema de la
misteriosa y desaparecida orden monacal de los Antonianos u
hospitalarios, dedicados en la antigüedad a asistir a los
peregrinos infectados con enfermedades contagiosas: lepra,
peste, sarna, etc..
El
gorrino de San Antón descansando plácidamente (La Alberca) |
Un cerdo que en sus orígenes compraba el municipio y que una vez marcado y con una campanilla al cuello, andaba libre por la población para ser alimentado por los vecinos con todo tipo de sobras y despojos alimentarios. Tras su larga fase de engorde a lo largo del año, acababa finalmente engrosando la despensa del hospital de la villa para alimento de los pobres. Con el tiempo, sería la hermandad de San Antón la encargada de comprar, soltar y finalmente rifar el famoso gorrino, para pagar con ello los gastos de la festividad.
En Corral de Almaguer y después de
que el poderoso gremio de ganaderos contribuyera a costear la
reforma de la ermita de San Sebastián llevada a cabo a finales
del Siglo XVIII, la imagen y fiesta de San Antón acabó por
eclipsar al santo patrón del arrabal y titular de la ermita: San
Sebastián, que hoy aparece como mero actor secundario en las
celebraciones.
La ermita de San Sebastián en los años 80, con el arco de tintes neoclásicos que presidía el cercado |
Y para terminar, nada mejor que recoger uno de esos dichos
populares o refranes, que nos hablan precisamente de ese aumento
de luz que justificó en nuestros antepasado la celebración de
estas fiestas de purificación del mes de Enero. “Para
San Antón un pie de lechón y para San Sebastián una hora
cabal”
Rufino
Rojo (Enero de 2016)