INTRODUCCIÓN
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Pozo
de la nieve de Alpera (Albacete)
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Rodeados
por los cientos de utensilios y electrodomésticos que nos proporciona
la llamada sociedad del bienestar, sin los cuales difícilmente
mantendríamos nuestro frenético ritmo de vida, nos parece increíble
que en otros tiempos nuestras madres y abuelas pudieran atender tantas
labores domésticas sin faltarle horas al día.
Creados por el hombre para facilitarnos la vida diaria, de entre
todos esos instrumentos, destaca por méritos propios el frigorífico.
Un artefacto que nos permite enfriar y conservar los alimentos
durante días, semanas e incluso meses, sin perder sus propiedades
de frescura. Acostumbrados a abrir la puerta del frigorífico y
tomar una bebida fría durante el verano, nos cuesta imaginar cómo
se apañaban nuestros abuelos para mantener los productos
perecederos en buen estado. Y sin embargo, desde tiempos
inmemoriales, el ser humano se buscó las mañas para aumentar la
vida media de los alimentos y evitar su contaminación por las
bacterias. La táctica, utilizar la deshidratación y los
condimentos.
La deshidratación de los alimentos se conseguía mediante distintos
procesos como la salazón, el ahumado o el secado al sol, dando
lugar a los jamones y cecinas en el caso de las carnes, y las
mojamas, anchoas, bacalao y sardinas saladas, para el pescado, por
poner algunos ejemplos. También se utilizaban los adobos con
especias y los vinagres y aceites, obteniendo los llamados
embutidos, escabeches, tasajos etc. Sin olvidar la utilización del
secado, el enlatado o el azucarado para las frutas, obteniendo como
resultado los almíbares, las mermeladas o las frutas escarchadas,
por citar algunos de los más conocidos.
Además de todo lo anterior, nuestros abuelos depositaban los
alimentos en las cuevas y fresqueras de las casas para alargar su
vida media, refrescaban las bebidas en el pozo o con la ayuda del
botijo y, de vez en cuando, si se lo podían permitir, utilizaban el
hielo como conservante y también para elaborar algunos alimentos y
medicinas. Pero ¿Cómo se apañaban para obtener hielo durante el
verano sin los actuales aparatos de congelación?
La técnica no podía ser más sencilla: recoger la nieve durante el
invierno y mantenerla en forma de hielo a lo largo del año. Pero ¿Dónde
y cómo conservaban el hielo tantos meses? La respuesta era bien
simple: En los pozos de la nieve.
Estructura y funcionamiento de
los Pozos de la Nieve
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Estructura
exterior e interior del pozo y
muestra de su funcionamiento |
Se trataba de
pozos cilíndricos excavados en el suelo con una profundidad en
torno a los 8 a 10 metros y un diámetro que solía variar entre los
6 y 15 metros. Estas construcciones de arquitectura popular,
conocidas ya desde época romana, se encontraban revestidas con
gruesos muros de mampostería -frecuentemente enfoscados- y solían
estar cubiertas por una cúpula semiesférica, también de mampostería,
apoyada sobre una gruesa base poligonal. El fondo del pozo
presentaba un sistema de drenaje, aprovechando la inclinación del
terreno, o esculpiendo pequeños canales que condujeran el agua que
se iba derritiendo al exterior, evitando así que se acumulase en el
fondo y acelerase el proceso de deshielo. En la parte superior, a la
altura de la cúpula, solían tener dos pequeñas aberturas. Una por
donde se arrojaba la nieve y otra por donde se extraía durante los
meses de verano. Ambas se cerraban con gruesas losas de piedra para
mantener en lo posible la temperatura interior.
El proceso de almacenamiento era bien sencillo: varios peones o
“empozadores” recogían la nieve durante el invierno y la iban
depositando en el fondo del pozo sobre un emparrillado de ramas que
evitaba su contacto directo con el suelo. Allí era prensada con
pisones de madera para que se compactara y ocupara menos espacio.
Cuando llevaban una altura de 30 o 40 centímetros, echaban una capa
de paja encima como aislante y volvían a repetir el proceso una y
otra vez hasta llenar el pozo.
Llegados los meses de verano, esos peones iban cortando las capas de
hielo en forma de bloques y los transportaban por todo el pueblo
ayudados de burros y carros con capachos y aguaderas de esparto
revestidas con ramas, entregándolos en las casas que los podían
pagar.
El Pozo de la Nieve de Corral de
Almaguer
Pocas noticias teníamos hasta ahora del Pozo de nieve de Corral de
Almaguer. De hecho, si no llega a ser por la historia de D. Gorgonio
ni tan siquiera hubiéramos sabido de su existencia. Gracias por lo
tanto a este singular cronista del Siglo XIX que llegó a ser
alcalde de Corral, sabemos que el Pozo se encontraba fuera del núcleo
urbano, en el llamado “Arrabal de las Peñuelas” (actual arrabal
de la Concepción), lindando con la propia calle de las peñuelas
(actual Dimas de Madariaga) y cercano a la calle de los Tellos.
Sabemos también que era propiedad de la Cofradía del Santísimo
Sacramento de la parroquia, con cuyos beneficios, más algunos
intereses de préstamos y la ayuda del Concejo, la mencionada Cofradía
montaba durante el Corpus y su Octava las fiestas más
espectaculares de la villa.
Creemos que debió construirse, en paralelo a la existencia de la
Cofradía, entre finales del Siglo XVI y comienzos del XVII (en
tiempos de Cervantes) permaneciendo activo hasta el Siglo XIX, si
bien no podemos precisar cuándo fue definitivamente abandonado y
cegado.
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Vista
del fondo del Pozo de la Nieve de Campo de Criptana
recientemente restaurado y declarado BIC |
Como
curiosidad, recoger que el pozo de nieve de Corral de Almaguer sirvió
como pago al pintor que hizo el cuadro del altar mayor de la
parroquia, más otros 400 reales para los colores. La última noticia
que tenemos sobre el pozo data de finales del Siglo XIX y nos informa
que por esas fechas pertenecía a la rica propietaria Dª Joaquina
Lodares, casada con el quintanareño Castor de Rada. D. Gogonio lo
recoge de la siguiente manera: Calle de las Peñuelas:
se llama así por estar fundado este barrio sobre peñas naturales. En
él está la casa donde existía el Pozo de la Nieve que se dio al
pintor del cuadro de la Asunción del altar mayor de la parroquia,
cuya casa pertenece en el día de hoy a doña Joaquina Lodares, vecina
de esta villa.
Quiero
recoger por último, que en la cercana villa de Campo de Criptana ha
sido restaurado recientemente el pozo de nieve abandonado que existía
en esa villa, junto a la ermita de Villajos, propiedad de la hermandad
del Smo. Cristo, siendo en fechas recientes declarado Bien de Interés
Cultural.
Rufino Rojo García-Lajara